Nadie me lo dijo

Cansada… pero aprendiendo

Cansada.
Después de un largo día de trabajo, con ganas únicamente de descansar. Llegar a la cama y cerrar los ojos. Pero el día no terminó así. Terminó con miles de pendientes aún en la cabeza y con el corazón arrugado, porque no había sido el día que imaginé.

El día deseado era otro: salir a tiempo de casa, tener reuniones exitosas, una casa perfectamente organizada y un asistente de dos años y medio impecablemente portado. Todo bajo control. Todo funcionando.

Pero nada salió como lo planeado.

Me levanté tarde, llegué diez minutos después a la reunión, no estaba lo suficientemente preparada y, para completar el cuadro, iba acompañada de un asistente cuya única prioridad era jugar. El caos, servido.

Al final del día el cansancio apremiaba. Y solo quería sentarme a hacer lo que más me gusta y que, por algún tiempo, había dejado de lado: escribir.

Hoy las preguntas no daban tregua:
¿En qué lo estoy haciendo mal?
¿Soy un desastre?
¿No estoy dando la talla?
Tengo tantas cosas al mismo tiempo que, por momentos, desearía que el día tuviera 48 horas.

Nadie me advirtió que querer estar al frente de tantos retos implicaría disciplina, trabajo extra, paciencia infinita y la capacidad de priorizar. Mi prioridad es mi familia, sí. Pero también quiero retomar mi carrera profesional, apoyar a emprendedores en su camino de crecimiento y cumplir tantos sueños que a veces no sé por dónde empezar.

Tampoco me dijeron que llegaría el momento en que ya no sería la prioridad absoluta para ese pequeño al que le di la vida. Que su universo cambiaría. Que, poco a poco, mamá dejaría de ser el centro y papá ocuparía ese lugar. Que empezaría a retarme, a contradecirme, a probar límites. Y que eso, aunque duela un poco, también es crecer.

Nadie me habló del proceso de dejarlo en el colegio. Una imagina que saldrá corriendo feliz hacia un mundo lleno de niños, juegos y descubrimientos. Pero no fue así. Llegó el síndrome de la separación. El miedo a quedarse solo. El temor de que mamá se fuera lejos. El no querer salir de casa. Y aunque con el tiempo disfrutó cada experiencia, los comienzos fueron profundamente difíciles.

Dejarlo con personas diferentes después de haber estado juntos día y noche durante dos años no fue fácil. Nada fácil. Pero entendí que debía ser firme y disciplinada, porque postergar ese proceso solo lo haría más doloroso después.

Hoy, entre el cansancio y la reflexión, comprendo que no lo estoy haciendo mal. Lo estoy haciendo humano. Aprendiendo. Caminando. Ajustando. Y aunque hay días en los que el corazón se siente agotado, también hay otros en los que todo cobra sentido.

Y quizá, al final, escribir sea mi manera de recordarme que también yo importo.

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