Miré a mi alrededor y me di cuenta de que estaba sola, que no había mucha gente a mi alrededor, que mi agenda no estaba ocupada entre ir y venir a todos lados y preocuparme por los demás, que mi objetivo a esa edad ya no era quedar bien con todo el mundo, que el dar y desbordarme por los demás tenía una recompensa que era el universo el que me lo daba, pero no esos seres humanos egoístas que se la pasaban pensando solo en su historia.

Descubrí que lo principal era mi núcleo familiar y era a ellos quien les quitaba tiempo a cada véz que está desbordada por hacer cosas increíbles pero que para los demás no lo eran.

El ego paso a un último plano, ya no me importaba lo que dijera y opinaban de mí, que el ser estrella o estar estrellada no variaba mucho, porque todo dependía del concepto que yo misma le daba.

Durante largos años mis escritos se basaban en el egoísmo de la gente, en la forma de pensar de cada uno, en los paradigmas y las programaciones con lo que veníamos de generación y generación y luego descubrí que todo era modificable y que no podíamos juzgar por el simple hecho de opinar diferente, al final cada uno defiende la verdad que está en su interior y sus creencias y esas varían dependiente de la persona, al final cada uno es un mundo de creencias y pensamientos de acuerdo a su crianza.

Conocer, escuchar y observar ahí está la verdad, el colocarse en los zapatos del otro y el saber que somos diferentes solo por el hecho de existir.

Cada uno va cogiendo sus propias posiciones de acuerdo con lo vivido, cada uno decide si llamar soledad a un estado de madurez donde se escoge lo que se quiere vivir y se escoge con quien se quiere estar, cada uno ve más allá des propias creencias y sale adelante si así lo desea.

La soledad era estar conmigo mismo en un momento que me hiciera feliz, hacer lo que hago, sin la necesidad de tener buya a mi alrededor, de estar en el silencio de una noche escuchando mi interior decir que es lo que quiere decidir para la vida.