Catarsis

Purificación, liberación y transformación interior: lo que la vida me enseñó con los años

Pasan los años, y con ellos llegan experiencias que no se pueden comprar ni aprender en libros. La vida, con sus golpes y regalos, te va moldeando, formateando de una manera distinta. Hoy, después de más de cuarenta años y de observar muchas vidas, historias y realidades, puedo decir que he aprendido lecciones que transforman profundamente la forma de estar en el mundo.

Aprendí que una marca de ropa no define el valor de una persona. Que una buena comida compartida con la compañía correcta vale infinitamente más que el dinero. Que el dinero puede ayudarte a conseguir cosas, pero si no trabajas tu mundo interior y espiritual, nunca será suficiente para llenarte.

Comprendí que las redes sociales, muchas veces, son vitrinas de apariencias: espacios donde se muestra lo que no se es y se esconden los vacíos internos. También entendí que los paradigmas y la crianza influyen profundamente en quiénes somos, y que si queremos cambiar nuestra realidad, primero debemos trabajar a ese niño interior que aún vive dentro de nosotros.

Con el tiempo descubrí que una de las cosas más difíciles es lograr coherencia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se vive. Vi cómo muchas personas llevan vidas insatisfechas solo por cumplir con las expectativas de la sociedad, y cómo el ser humano, por naturaleza, tiende al egoísmo y a buscar su propia conveniencia antes que el bienestar común.

Aprendí que lo que tú piensas y logras, otros también pueden hacerlo. Que para ser verdaderamente feliz se necesita leer, estudiar y mantenerse en constante crecimiento. Que la oxitocina —la hormona del vínculo y el amor— puede sostener estados profundos de tranquilidad y paz cuando se cultivan relaciones sanas y auténticas.

Entendí que todo aquello que se desea ardientemente, se cree con fervor y se emprende con valentía, es posible. Que quienes piensan en pequeño, se quedan pequeños y terminan viviendo una vida mediocre. Que la mala suerte no existe: existen las malas decisiones y la falta de responsabilidad para asumirlas.

Aprendí que ayudar a los demás siempre se multiplica en bendiciones, pero que nunca debe hacerse esperando agradecimiento. Que una mente vacía se entretiene con el chisme y las noticias amarillistas. Que los problemas y los malos entendidos deben enfrentarse desde el inicio, antes de que crezcan y se conviertan en heridas profundas.

La vida también me enseñó que cada acción tiene una consecuencia y que debemos asumirla con madurez. Y, quizás una de las lecciones más importantes, es que no basta con dejarse llevar por el corazón o por la historia que alguien cuenta. Para conocer verdaderamente a una persona, hay que observar con atención lo que habla, lo que dice, lo que practica y lo que vive.

Esta transformación interior no ocurre de un día para otro. Es un proceso de purificación, de liberación y de conciencia. Un camino que no siempre es fácil, pero que sin duda vale la pena recorrer.

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